Aparecida, Brasil, 4 de julio de 1980
¡Nuestra Señora Aparecida!
En este momento tan solemne,
tan excepcional, quiero abrir ante Vos,
oh Madre, el corazón de este pueblo,
en medio del cual quisisteis morar
de un modo tan especial
(como en medio de otras naciones y pueblos)
así como en medio de aquella nación de 1ª
que yo soy hijo.
Deseo abrir ante Vos el corazón de la Iglesia
y el corazón del mundo
al que esa Iglesia fue enviada por vuestro Hijo.
Deseo abriros también mi corazón.
¡Nuestra Señora Aparecida!
¡Mujer revelada por Dios,
que habríais de aplastar la cabeza de la serpiente
(cf. Gén 3, 15)
en vuestra Concepción Inmaculada!
¡Elegida desde toda la eternidad
para ser Madre del Verbo Eterno,
el cual, por la Anunciación del ángel,
fue concebido en vuestro seno virginal
como Hijo del hombre y verdadero hombre!