Por la mañana
Te has sentado a la mesa
de la eterna fiesta de la fraternidad.
Sabes muy bien lo que hay dentro
de cada uno de nosotros, tus invitados.
Por eso Tú, que en tu angustia ante la muerte
clamaste a Dios y, sufriendo, aprendiste a obedecer,
has querido hacer tuyas
las pasiones y sufrimientos humanos.
Has derrotado a la muerte
derrotando la iniquidad y la injusticia..
Te compadeces tanto de nuestras debilidades,
que quieres quedarte para siempre con nosotros
y así poder echarnos una mano cuando sea necesario.
Te has convertido para los que obedecen a Dios
en autor de salvación.
Y nuestra salvación, Señor, es quererte y amarte.
Te has sentado a la mesa,
y has invitado como comensal a todo el mundo.
Se acabó la negativa a compartir;
la división entre los hermanos no tiene sentido ya;
el desprecio por los pobres se convierte en acogida
y servicio al lavarles los pies
con gestos reales de entrega radical.
Sí, te has sentado a la mesa
y nos dices de corazón que has deseado enormemente comer esta comida pascual con nosotros,
antes de padecer.