Ante tus ojos, Señor,
ponemos nuestras culpas,
y junto a ellos ponemos los castigos
recibidos.
Si pesamos el mal
que hemos hecho,
es menos lo que padecemos
y más lo que merecemos.
Es más grave lo
que cometimos,
y más leve lo que sufrimos.
y no quitamos la pertinacia del delito.
En tus castigos se
aniquila nuestra debilidad,
mas no se muda nuestra iniquidad.
Se inclina el
espíritu dolorido,
pero no se doblega la cerviz.
Nuestra vida suspira
en el penar,
pero no se enmienda en el obrar.
Si esperas, no nos
corregimos;
si castigas, no lo sufrimos.
Mientras dura el
castigo,
confesamos lo que pecamos;
cuando pasa tu visita,
olvidamos lo que lloramos.
Si extiendes tu
mano,
prometemos obrar bien;
si suspendes el golpe,
no pagamos lo prometido.
Si hieres,
clamamos para que perdones;
si perdonas, de nuevo provocamos para que
hieras.
Tienes, Señor,
reos confesos;
reconocemos que si nos perdonas,
es justo que nos castigues.
Concédenos, oh
Padre omnipotente,
aunque no lo merezcamos, lo que pedimos,
pues hiciste de la nada a los que te lo
pedimos.
Por Cristo Nuestro Señor.
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