Acuérdate, piadosísima Virgen María de
Guadalupe,
que en tus celestiales apariciones
en la montaña del Tepeyac,
en la montaña del Tepeyac,
prometiste mostrar tu clemencia amorosa
y tu compasión a los que te amamos
y buscamos solicitando tu amparo,
llamándote en nuestros trabajos y
aflicciones
ofreciéndonos escuchar nuestros ruegos,
enjugar nuestras lágrimas
y darnos consuelo y alivio.
Jamás se ha oído decir que ninguno
de los que hemos implorado tu protección,
ya en las públicas necesidades,
ya en las públicas necesidades,
ya en nuestras congojas privadas,
pidiendo tu socorro,
hayamos sido abandonados.
Con esta confianza acudimos a Ti,
siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero,
y aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados,
venimos a postrarnos en tu presencia soberana,
seguros de que te has de dignar
y aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados,
venimos a postrarnos en tu presencia soberana,
seguros de que te has de dignar
cumplir misericordiosa tus promesas;
esperamos que no ha de molestarnos
ni afligirnos cosa alguna, ni tendremos que temer
enfermedad ni otro accidente penoso,
ni afligirnos cosa alguna, ni tendremos que temer
enfermedad ni otro accidente penoso,
ni dolor alguno, estando bajo tu sombra y amparo.
Ya que en admirable imagen
has querido quedarte con nosotros,
Tú que eres nuestra Madre, nuestra salud y vida,
estando en tu regazo maternal
y corriendo en todo por tu cuenta,
no necesitamos ya de ninguna otra cosa.
No deseches, ¡Oh, Santa Madre de Dios!
Nuestras súplicas, antes bien,
Nuestras súplicas, antes bien,
inclina a ellas tus oídos compasivos
y escúchanos favorablemente.
Amén.
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