¡Oh María!
¡Soberana y Señora nuestra!
En vuestro misericordioso
seno me arrojo con confianza,
y bajo vuestra Santa custodia
pongo sin reserva,
por todos los días de mi vida,
y a la hora de mi muerte:
mi alma, mi cuerpo,
mi esperanza y mi consuelo,
mis penas y mis miserias,
mi alegría y mi felicidad,
para que mis pensamientos,
mis palabras y mis obras
sean dirigidas según vuestra voluntad
y la de vuestro adorable Hijo.
Amén.
San Luis Gonzaga (Italia 1568-1591).
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