Dice tu Angel hoy:
“A vosotros que me escucháis, os digo: Amar a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, y rogad por los que os calumnian. Al que te hiere en la mejilla preséntale también la otra, y al que te quita el manto no le niegues tampoco la túnica. Haced a los hombres lo mismo que quisierais que ellos os hicieran a vosotros” (Lc 6, 29-32). Esta es la cima del Evangelio, del amor divino.
“A vosotros que me escucháis, os digo: Amar a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, y rogad por los que os calumnian. Al que te hiere en la mejilla preséntale también la otra, y al que te quita el manto no le niegues tampoco la túnica. Haced a los hombres lo mismo que quisierais que ellos os hicieran a vosotros” (Lc 6, 29-32). Esta es la cima del Evangelio, del amor divino.
Jesús aparentemente te pide lo imposible. Cuando miras la cúspide de una montaña muy alta, te dices: es imposible subirla. Y sin embargo el alpinista se crece ante el desafío de lo imposible. Y llega.
Es igual de ardua la cima del Evangelio. El llegar es un desafío. Llegarás con la ayuda de la gracia. Nunca estás solo en la ascensión de las cimas del Evangelio. Tienes dos compañeros: la gracia que actúa como un motor, y yo, tu compañero de eternidad, que reza a tu lado. Sigue valientemente la ascensión de la cima del Evangelio, paso a paso, regularmente, a tu ritmo.
ORACIÓN BENDITO SEA EL SEÑOR,
MI ROCA
Bendito sea el Señor, mi roca,
que adiestra mis manos para la guerra
y mis dedos para la batalla.
Él es mi gracia y mi fortaleza;
es mi refugio, y mi libertador;
mi escudo, en quien me refugio,
el que me hace sumiso a mi pueblo.
Oh Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?
El hombre es como un soplo y
sus días son como la sombra que pasa.
Oh Señor! Extiende tu mano desde lo alto
sálvame, y líbrame de los males.
Oh Dios, envíame a tus Santos Angeles
para ayudarme, sálvame
cantaré una nueva canción,
Cantaré alabanzas tus alabanzas
por todos los días de mi vida.
Tú, que diste la victoria a los reyes y
que liberaste a su siervo David de la espada mortal,
sálvame, y líbrame.
¡Bendicenos Señor!
Y nuestros rebaños se reproducirán por miles y
decenas de miles en nuestros campos,
y no habrá hambre en el mundo.
Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor.
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